Читать книгу Devenir animal. Una cosmología terrestre онлайн
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Las vetas ondulantes y las irregularidades de la madera le resultan atractivas a mi piel animal pues repiten las líneas alrededor de mis nudillos, que son como olas, y los nudos en mis hombros musculosos, y evocan así la naturaleza imperfecta e improvisada de todos los seres terrestres. Es una naturaleza que también está presente en la piedra y en las corrientes invisibles que arremolinan las nubes al otro lado de la ventana, en las grietas que poco a poco se extienden en el revoque pintado de las paredes (a medida que la gravedad invita lentamente a esta casa a asentarse con más intimidad en el suelo). Hay una afinidad entre mi cuerpo y las presencias sensibles que me rodean, una vieja solidaridad que hace caso omiso de nuestra distinción sobreeducada entre materia animada e inanimada. Su influencia constante en mi vida yace muy por debajo de mi percepción consciente, debajo de las sensaciones animales que recorren mis neuronas, más abajo incluso de las sensibilidades vegetales que suben como savia por mis venas. Se despliega en una dimensión silenciosa, en esa capa muda de existencia desnuda que este cuerpo material comparte con las montañas y los bosques agazapados y con el tronco cortado de un viejo pino, con el agua de los arroyos que fluye a borbotones y los lechos secos de los ríos, e incluso con la piedrita –esquisto rosa mezclado con mica– que atrae mi mirada en uno de esos lechos fluviales y me lleva a tomarla entre los dedos. La amistad entre mi mano y esa piedra vuelve a poner en acto un eros antiguo e irrefutable, la afinidad de la materia consigo misma.