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Sin embargo, esta atracción gravitacional que nos mantiene pegados al suelo fue alguna vez conocida como Eros –¡como Deseo!–, el anhelo embelesado de nuestro cuerpo por el Cuerpo mayor de la Tierra, y de la tierra por el nuestro. La antigua afinidad entre gravedad y deseo se mantiene evidente, tal vez, cuando decimos que hemos caído perdidamente enamorados, como si fuera el tirón constante del planeta lo que de algún modo está detrás del eros que sentimos hacia la otra persona. En este sentido, la gravedad –la atracción mutua entre nuestro cuerpo y la tierra– es la fuente profunda de ese delirio más consciente que nos compele a la presencia del otro. Como el magnetismo que sienten dos amantes, o una madre y su hijo, la atracción poderosa entre el cuerpo y la tierra ofrece sustento y reabastecimiento físico cuando se consuma en el contacto. Aunque en los últimos tiempos hemos llegado a asociar la gravedad con la pesadez y por ende a pensar que tiene un vector estrictamente descendente, algo sube hacia nosotros desde la tierra sólida cuando estamos en contacto con ella.

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