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Nos damos pocas oportunidades para saborear ese nutriente que sube hacia nosotros cada vez que tocamos el suelo, y por eso no es sorprendente que hayamos olvidado la naturaleza erótica de la gravedad y el placer vigorizante del contacto con la tierra. Pasamos nuestros días caminando no sobre la tierra sino sobre bloques artificiales suspendidos en pisos de oficinas y sótanos; en nuestros escritorios nos encaramamos en sillas; por las noches nos dormimos sobre el lomo de camas prolijamente elevadas para no estar demasiado cerca del suelo. Si nos aventuramos a salir, por lo general no vamos a pie sino que nos entregamos a la alquimia fogosa de los automóviles, cuyos cilindros afiebrados y llantas rodantes nos transportan con premura hacia nuestro destino sin que haya necesidad de atravesar el terreno intermedio.

Pero aunque nuestros artefactos nos mantengan en alto y alejados de la tierra sólida, ellos mismos participan de esa solidez y de esa terrenidad; algo del suelo pasa hacia los puntales y las vigas de nuestros edificios y se propaga hacia las tablas de madera y los listones de arce y pino que se apoyan sobre ella, y también hacia las baldosas de cerámica del suelo, a veces un poco bloqueada y sofocada si es que las baldosas son de plástico. Y aun así, en esa condición disminuida, algo se filtra hacia arriba por las patas de nuestros escritorios y se propaga por la superficie para besarnos las puntas de los dedos que rozan las vetas, y fortifica nuestros codos huesudos cuando descansamos la cabeza entre las manos abiertas. Es una especie de pulso, una resonancia oscura que sostiene y alimenta las cosas. Podemos saborearla en la espesura del colchón o en la felicidad mullida de las almohadas cuando nos recostamos por la noche. Las llantas de goma de nuestra bicicleta pueden parecer insensibles a tal alimento, sin embargo, cuando ruedan sobre el asfalto masajean la canción para hacerla salir de su estupor pavimentado, allí donde la vitalidad de las piedras y el vigor del suelo y los tallos yacen atontados y luchan para levantarse a través de la coraza negra y bituminosa.

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