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La relación de uno mismo con su casa, en otras palabras, no es una relación entre un puro sujeto y un puro objeto; entre una inteligencia, o mente, activa, y un pedazo de materia puramente pasiva. Antes quizás yo también pensaba la relación en esos términos, y puede incluso que haya vuelto a esa arrogancia cuando retomé la vida ajetreada de un padre primerizo. Pero medio año después de ese evento, otro encuentro con el edificio me sacó de mi postura distante de una vez y para siempre.
Hannah, de casi un año de edad, había estado gateando por varios meses y estaba aprendiendo a caminar y a mantener el equilibrio sujetándose del borde de una mesa baja mientras daba pasos a su alrededor, para luego lanzarse hacia el espacio abierto de la gran habitación tambaleándose de un lado al otro. En una de esas travesías, sonó el teléfono. Era el dueño de la casa que nos informaba que había decidido regresar al valle y mudarse otra vez allí, de modo que tendríamos que mudarnos en cuestión de unas pocas semanas.