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A la mañana siguiente me desperté más renovado de lo que había estado en varias semanas. Mis extremidades estaban ávidas de empacar las últimas cajas y cargar el camión de mudanza. Salimos a la ruta al otro día, aunque el camión quedó atrapado en la nieve antes de llegar a la autopista. Dos vecinos que iban de camino al trabajo se detuvieron y nos ayudaron a desatascar los neumáticos. Compramos un café barato en la cafetería del pueblo y dejamos atrás el valle mientras discutíamos qué ruta convenía tomar y saludábamos y nos despedíamos de las montañas.

Madera y piedra

(Materialidad II)

Una noche, mientras enjuagaba los platos, los coyotes empezaron a aullar en las cercanías; al principio eran unos pocos haciendo unos ladridos agudos, luego replicaron un par de aullidos de soprano y luego todo un coro demente de voces chillonas que se tapaban entre sí. Cerré la canilla y miré a Hannah; tenía los ojos muy abiertos y miraba hacia la gran ventana de la esquina, donde había estado arrancando las páginas de un nuevo libro de cuentos. La tomé en brazos y salimos por la puerta de entrada hacia la oscuridad, las piernas de Hannah se aferraban a mi torso con temor. El coro enloquecido había empezado a menguar. Para cuando nuestros ojos se acostumbraron a la oscuridad, los aullidos habían cesado, pero podíamos sentir que varios espíritus se deslizaban entre los piñones y los cedros bajos. La mañana siguiente, cuando fuimos a investigar, encontramos varios montoncitos de excremento justo afuera de la gran ventana de la cocina. Los coyotes debían haber estado mirándonos a través del vidrio.

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