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Solo nuestras palabras, a veces, parecen olvidar… ¿o es el que habla y escribe el que olvida? La persona contemporánea está envuelta en una nube de palabras aladas que le revolotean en la boca, y se deleita con sus patrones coloridos y con el modo en que se juntan y se persiguen unas a otras, convencida de que es la única que está en flor, que es su cráneo el que lleva el polen que fertilizará el terreno yermo, que las cosas permanecen mudas e inertes hasta que se decida a hablar de ellas.

Pero las cosas tienen otros planes. Privadas de nuestra atención, con sus rutas migratorias cercenadas por la tala indiscriminada y las represas, con sus tejidos atestados de toxinas sintéticas que se filtran en los suelos y las aguas, así y todo, siguen adelante. Las temperaturas en aumento parecen chamuscar sus superficies cada vez con más frecuencia, y sin embargo las cosas del mundo todavía nos hacen señas desde detrás de la nube de palabras, nos hablan con gestos y rimas sutiles, llaman a nuestros cuerpos animales, tientan a nuestra piel con sus variadas texturas y persuaden a nuestros músculos con su gracia, invitan a nuestros pensamientos a recordar y a reunirse con la comunidad más amplia de la inteligencia.

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