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Mi padre fue uno de los hijos menores. Sólo dos terminaron el secundario: él y mi tío Jaime, que se convirtió en abogado. Desde pequeño sufrió la violencia política: entre 1948 y 1958, Colombia vivió «La Violencia», una cuasi guerra civil que dividió al país entre conservadores y liberales, con unos 200 mil muertos, y que generó distintos grupos guerrilleros.

Mi padre recuerda haber pasado noches escondido en el bosque, temeroso de los grupos armados que pasaban.

En la secundaria, se entusiasmó con la Revolución Cubana. Tenía 14 años cuando Fidel Castro tomó el poder. La conoció a través de la radio, en el pueblo donde estudió, que era famoso por su bolchevismo: en el Líbano había ocurrido en 1929 la primera insurrección comunista de Colombia.

Tras la victoria de la Revolución Cubana, también en Colombia surgieron nuevos grupos, y papá se enroló en uno de ellos, de tinte guevarista: el Ejército de Liberación Nacional (ELN).

En enero de 1965, con 20 años, volvió a Santander: participó en la toma de un pueblo, Simacota, la primera incursión armada del ELN.

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