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Luego de eso, lo mandaron con otros muchachos a instruirse a Cuba, donde conoció a Fidel Castro. Recuerda que un día se los llevaron a un búnker, y de repente apareció él y conversó con ellos. En aquella época era común que revolucionarios de todo el mundo visitaran y se entrenaran en Cuba.

Estuvo un año y medio, y volvió a Colombia para seguir luchando.

Fue condenado en ausencia en un juicio por los hechos de Simacota, pero nunca fue capturado, ni por este ni por ningún otro hecho.

Pero la condena lo mandó al exilio.

* * *

Esa sería la versión romántica de la historia. Pero como enseña la vida, las cosas no son tan simples.

En el caso de mi padre, a la guerra contra el Estado, en 1967 se sumó una guerra dentro de su grupo: el ala política contra el ala militar. Una vieja historia que se reedita cada tanto en otros lares, en otros grupos, con otras intensidades, aunque con resultados similares.

Los compañeros empezaron a matarse entre ellos. En sus palabras, murió gente muy destacada y capaz, no a manos del Ejército, sino de sus propios hermanos de lucha.

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