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El descubrimiento de Galileo de montañas, valles y planicies en la Luna asestó otro golpe al cosmos aristotélico, cuyas orbes celestiales estaban compuestas, supuestamente, solo de esferas perfectas. Galileo escribió en 1610 Mensajero sideral, obra en la que expresaba: “La superficie de la Luna está manchada por todas partes con protuberancias y cavidades; solo me resta hablar de su tamaño y mostrar que las asperezas de la superficie de la Tierra son mucho más pequeñas que las de la Luna”.59

Galileo luego apuntó sus “ojos con aumento” a Venus. Para su gran sorpresa, vio que este pasaba por fases, tal como lo hace la Luna. “Pero, la naturaleza de esas fases solo se podía explicar si Venus daba vueltas alrededor del Sol y no de la Tierra. Galileo concluyó que Venus debía viajar alrededor del Sol, que a veces pasaba por detrás y más allá de él, en vez de dar vueltas alrededor de la Tierra”.60

Aún más asombroso e inesperado, considerando el dogma científico de la época, fueron los cuatro “planetas” que orbitaban a Júpiter que antes no se conocían. Galileo escribió: “Pero lo que estimula el mayor asombro por lejos, y lo que de hecho me movió a llamar la atención de todos los astrónomos y filósofos, es, a saber, que he descubierto cuatro planetas, ni conocidos ni observados por ninguno de los astrónomos anteriores a mi época, que tienen sus órbitas alrededor de cierta estrella brillante, una de las previamente conocidas como Venus y Mercurio alrededor del Sol, que a veces están frente a ella, a veces detrás, pero que nunca se separan de ella más allá de ciertos límites”.61

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