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Pese a tan complicado conglomerado, lo cierto es que una rotunda mayoría de la población indígena no se encuentra organizada ni representada, lo que induce a la tentación de confundir la parte con el todo.

He mencionado un par de párrafos atrás que la situación de la mujer indígena es peor que la de los varones. Eso facilita que surjan muchos proyectos con enfoque de género (la extrema derecha y la iglesia han redefinido interesadamente ese término como ideología de género).

Aunque me interesa tener un cuidado extremo en mantenerme alejado -por envenenado y malicioso- de ese debate, reconozco que hay algo a lo que creo que debiéramos de prestar atención. Me refiero a cómo en el ámbito de la cooperación manejamos dos discursos simultáneos (el de la promoción de la mujer y el de la defensa de la diversidad cultural) que a veces no casan demasiado bien entre sí. Ya les pasaba hace 30 años, cuando trabajé -veinteañero- con grupos de gitanos, a mis compañeras feministas. Se hacían un lío tratando de compaginar el derecho a la diferencia que abanderaban vehementes con la constatación de que la cultura que defendían era visiblemente más machista que la suya.

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