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Hay proyectos que no manejan esa contradicción con el suficiente talento. Ni con el mínimo exigible.

Recuerdo cómo Raquel -una religiosa antropóloga que llevaba décadas trabajando con ellas- me decía que era una tontería contar el número de mujeres guaraníes que asisten a las asambleas (como hacían muchos de los proyectos -en busca de indicadores-), porque lo habitual es que aunque no participen ellas sean al final quienes tomen las decisiones importantes.

Lo cierto es que la situación de la mujer es un asunto que con frecuencia preocupa mucho más a los donantes que a los indígenas. No tengo duda de que está bien trabajar en ello, pero deberíamos ser conscientes de que lo estamos imponiendo, de que altera los liderazgos tradicionales y de que, como suele estar vinculado a la llegada de fondos, constituye un sesgo externo que no deja de tener algo de coacción.

Me acuerdo ahora de una comunidad rural de El Salvador en la que una ong feminista organizaba grupos en los que -entre otras cosas- se abordaba el derecho al orgasmo de las mujeres. Cuando sabías eso y luego en los alrededores te encontrabas al varón montado a caballo y a la mujer caminando detrás con la leña en la cabeza era inevitable asombrarse ante la abismal distancia entre lo instalado y lo que venía de fuera.

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