Читать книгу Mejor no recordar онлайн

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—Bueno chicos, yo me voy. Estoy muerta —dije una vez que acabó la canción, y todos se dirigieron hacia la barra para pedir otra copa.

—Ale, venga, quédate. Hace mucho que no estábamos todos juntos —dijo Luis agarrándome de los hombros—. Yo te invito a otra copa para animarte.

—No, no, de verdad. No puedo más. Además, son casi las cinco de la mañana —dije mirando a duras penas mi reloj—. Es una hora estupenda para irme. —Mis amigos se dieron cuenta de que era imposible convencerme, y con besos y abrazos se despidieron de mí.

—¿Te importa que yo me quede? —me preguntó Sofía, ya que éramos prácticamente vecinas y a veces compartíamos el taxi de vuelta.

—No te preocupes. Disfruta —exclamé sonriendo.

—Avisa cuando llegues a casa. ¿Cómo te vas? —preguntó Carlota.

—Me voy a pedir un Uber, pero aquí no tengo cobertura, así que lo pediré arriba —contesté mirando el móvil y volviéndolo a guardar en el bolso—. Buenas noches, chicos.

Recogí el abrigo del ropero y subí las escaleras lentamente, agarrándome a la barandilla para no perder el control. La cabeza me daba vueltas, y tan solo tenía ganas de dormir. ¿Cómo había bebido tanto? ¿Cómo había perdido el control de ese modo? Al llegar a la discoteca, estaba bien. Sí, notaba el alcohol en mi cuerpo, pero no me encontraba mal. ¿Cuántas copas me había tomado allí dentro? Intenté contarlas en mi cabeza. Quizás tres, y un chupito de tequila. ¿Y en casa de Jorge? Otras tres, seguro. Más el vino de la cena. Suspiré fuertemente, pensando en la resaca que tendría al día siguiente. Llegué a la planta superior y me dirigí a la puerta. El portero sacó el sello para ponérmelo en el brazo, y yo negué con la cabeza. Me sorprendió ver que no era el mismo que nos había controlado los carnés de identidad al principio de la noche. Pero no le di más importancia.

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