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—Ahora que lo dices —realizó una pausa enfática—, lo estoy pensando y, más que algún gesto de educación, alguna sonrisa y alguna mueca de complicidad…, va a ser que no. Palabras, solo hola y adiós.

—¿Y te parece normal?

—Pues ahora que lo dices, no —afirmó con contundencia.

Daniel comentó sus inquietudes con respecto a la pareja que se sentaba a su lado, o muy cerca, en el vagón de servicio. La situación se le antojaba provocada, dirigida, después de la pequeña reunión que habían tenido en su departamento. Más bien semejaba que el denominado Zoltan tenía como misión, como objetivo, indagar sobre los Venay, su condición, su naturaleza y el objeto final del viaje que realizaban. La información que poseía su compañero de trayecto no podía considerarse como habitual en viajeros cuyo trato con el jefe de tren estaba más que definido: nulo o escaso. Por eso, llegó a comentar a los suyos que debían comportarse con mucha precaución en todo momento, tanto en el idioma que utilizar como en la información personal que facilitar.

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