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Cuando llegó a su compartimento, lo primero que observó fue que David había cambiado su ubicación y se había instalado en la ventanilla usurpando el asiento de su madre, que, como imaginaba, le había cedido el sillón encantada.

—David, ¿qué haces ahí? —preguntó, a sabiendas de cuál sería la respuesta.

—Nada, papá. Mamá me ha cedido el sitio.

—¿Y por qué? —volvió a preguntar, siendo consciente de que debería haber una segunda intención.

—Bueno, como sé que vosotros vais a dormir, cerraréis la puerta del departamento y no os vais a enterar de nada, he preferido cambiar el sitio con mamá porque así, cuando lleguemos a la próxima parada, me gustaría ver cómo montan todo el tema de asistencia. Bueno, lo del agua y todo eso.

—Pues me parece muy bien. Y tú, Edit, ¿cómo estás?

—Bien. Un poco agobiada, pero bien.

—Una pregunta —indicó Daniel.

—Dime.

—¿Has cruzado alguna palabra con la mujer de Zoltan?

Se le quedó mirando fijamente, pero su mirada lo único que expresaba es que se hallaba analizando todos los momentos vividos en las últimas horas.

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