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Hubo un momento de silencio que ninguno de los reunidos parecía querer romper. Lo hizo el asistente del vagón con una bandeja de comida para los cinco componentes de aquella fracción del coche. Estofado de carne. Un goulash con un aspecto inmejorable y un olor que despertó el apetito de los sentados a la cena.

—Seguimos luego. Tenemos hambre.

—¡Pues que aproveche! Y sí, seguro que seguimos luego, porque tengo más cosas interesantes que explicar.

La cena se desarrolló en silencio, con una tranquilidad contrahecha y subordinada a lo que Zoltan se había guardado en su zurrón y que sería expuesto una vez finalizada la misma. Se acercaba la hora del segundo turno y los pasajeros del mismo ya esperaban en la portezuela del vagón. Daniel, que los tenía de frente, así lo expuso:

—Creo que se acerca la hora de dejar el sitio libre.

Algunos volvieron la cabeza y en sentido afirmativo lo confirmaron.

—¿Vamos a fumar un cigarro?

—Yo no fumo, pero no me molesta que alguien lo haga.

—Entonces vamos a nuestro departamento y seguimos charlando.

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