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—Podría ser —afirmó Daniel—. Pero prometo que no roncaba.

El grupo emitió una carcajada y continuó con las explicaciones.

—Me preguntas por los militares alemanes que custodian el convoy, ¿no?

—Sí. Porque no creo que sean bienvenidos en Suiza.

—Así es. Ellos, parece ser, descenderán todos en Innsbruck, que es la última estación austríaca. Desde allí a Zúrich el tren viajará sin escolta.

—¡Esperemos que no haya nieve! Vamos a cruzar todas las montañas del Tirol. ¿Y cómo has conseguido tanta información? —curioseó Daniel con un poco de malicia perversa.

—¡Ah, amigo! No hay nada como ser astuto y con un poco de diplomacia casi todo se consigue. ¿Pero qué digo? —se preguntó, a sabiendas de que la familia Venay tenía algo que ver, o mucho, con la legación española—. ¡De eso seguro que sabéis vosotros mucho más que yo!

Edit no quiso entrar en el juego que, parecía ser, había iniciado Zoltan, nombre propio con el que se había presentado. Sin apellidos.

—Podría ser —manifestó con cierta timidez, no exenta de firmeza.

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