Читать книгу Sombras en la diplomacia онлайн

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—¡Sí, señora! Eso es lo importante.

Se acercaba la hora de la comida y, como tenían asignado el primer turno, accedieron a su departamento para asearse. El paseo había estado colmado de acontecimientos. Era su primer viaje al extranjero y en él pudieron efectuar una comparativa, imperfecta, entre su país de origen y lo que habían observado en el corto espacio de tiempo que había durado. Consideraban que Budapest, el anterior, era mucho Budapest para compararlo con cualquier ciudad europea de la época. Pero también eran conscientes de que su historia húngara había concluido y de que su única expectativa debería considerar la de su esperanza en el futuro.

Poco antes de finalizar el almuerzo, el jefe de tren, con el ánimo alborozado, pasó por el vagón de servicios-restaurante y comunicó que el convoy estaba autorizado a cruzar el territorio de Liechtenstein y Suiza, aunque las paradas solo podrían ser técnicas y durante las horas diurnas. El hecho equivalía a expresar que el tren estaría controlado en todo momento para que no existiese ningún tipo de «abandono» casual de pasajeros no deseados. No obstante, las noticias se las tuvieron que traducir a la familia Venay los señores de la mesa contigua, húngaros de condición y con quienes habían entablado alguna pequeña conversación. Además, indicaron que una sección de militares austríacos relevaría a los militares alemanes que acompañaban la caravana. En ambos casos no se permitía el paso de milicias germanas por ninguno de los dos países. Daniel, dudoso y preocupado como siempre, aunque más parecía ser un analista de situaciones, preguntó:

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