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2.2.2. Cae en el maniqueísmo
De la misma manera que su deseo de amar y ser amado, lo empujó a buscar toda forma de unión, aunque fueran destructivas, así también el amor a la sabiduría lo convierte en terreno abonado para la acción de cualquier secta. Sensibilizado ante la verdad con toda su capacidad de entrega y apasionamiento se encuentra con los maniqueos.
Agustín se deslumbró con la palabra “verdad” que tenían siempre en sus labios, pero que nunca había encontrado en su corazón. Arrebatado por ella, nos narra que fue seducido como si esa falsa sabiduría hubiera sido una engañosa mujer (Cf. L III, c. VI).
A este movimiento estuvo verdaderamente entregado hasta que se desilusionó. Había creído en él.
2.2.3. La contaminación de las ideas
Agustín, en la secta maniquea, encuentra brillantes palabras sobre la verdad pero sin contenido. El error primordial que recibe de la secta se refiere a la comprensión de la naturaleza de Dios: “Lo que pensaba de ti no era algo sólido y firme, sino un fantasma, siendo mi error mi Dios” (L. IV, c. VII). Era incapaz de comprender a Dios como un espíritu. Por ello tiene que preguntarse por la forma corpórea de Dios. Porque sólo podía imaginar formas corporales. De esta manera se lo imaginaba como un fantasma, cual si tuviera un cuerpo luminoso, imaginándolo como una masa corpórea, que él mismo describe.