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De nuevo confiesa: “Pero así era yo” (L. V, c. X).
3. PECADOR EN EL INICIO DE LA JUVENTUD
Cuando Agustín entra en esta edad está ya a un paso de la conversión. Es el tiempo de la crisis y del inicio de los grandes cambios. Tenía ya treinta años. Una de las notas características de Agustín, la vanidad, continúa haciendo nido en su personalidad.
Sigue ardiendo en el corazón de Agustín el deseo de amar y ser amado, sea como sea, y sin freno. La relación con las mujeres es una de las cosas que le impedían acercarse a Dios. Reconoce que ha llegado a esta edad, envuelto en tal nebulosa, con el corazón tan perdido, que casi no llega ni a tener conciencia de sí mismo.
También confiesa haber llegado a conocer a Dios sin darle la gloria que se merece. Describe así su estado desde el borde de la conversión:
“¿Quién y qué era yo? ¿Qué no hubo de malo en mis acciones, y si no en mis actos, en mis dichos, y si no en mis dichos en mi voluntad? Pero, Tú, Señor, eres bueno y misericordioso penetraste la profundidad de mi muerte y tu brazo extrajo del fondo de mi corazón un abismo de corrupción” (L. IX, c. I).