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contra Deportivo Pompelmo Suricatta

La ansiedad —se atrevió a decir para sí misma— tiene que ser esto, sin duda: conducir un auto a través de una ruta eternamente recta y tener un copiloto que no solo quiere saber cuánto falta, sino que además se aburre y lo hace notar. En este caso se trataba de su hermano, quien también se había levantado ese día notoriamente carenciado de paciencia alguna.

“Abro el seguro y la puerta, le desabrocho el cinturón de seguridad y lo hago rodar… Si voy más lento, a lo mejor no se lastima tanto… ¿Qué estoy pensando?”.

Bocinazo ajeno. Ella, sumergida en buscar una solución a ese momento, había inconscientemente empezado a desacelerar y a frenar lentamente, lo cual, en la autopista, no es algo muy esperable de hacer o, por lo menos, no suele serlo.

No quiso encender la radio, porque había sido su hermano quien había usado el auto la última vez. Y cuando eso sucedía, el dial sentenciaba, a quien osaba despertar su electrónico letargo, a ser parte de un partido de fútbol en el cual se desconocían los nombres de los jugadores y de los equipos. Fue la palabra “fútbol” la que había activado el piloto automático en su cabeza, ahora con los oídos invisiblemente tapados y concentrada en lograr el cometido de llegar a destino sin aligerar de peso el coche.