Читать книгу El fascismo de los italianos. Una historia social онлайн

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Durante el año en el que ejerció de secretario del PNF, Farinacci logró devolver la disciplina y la confianza al Partido, integrando las diferentes corrientes en un instrumento capaz de gestionar el paso de un sistema pluripartítico a un régimen totalitario de partido único. El recién elegido secretario contribuyó, como él mismo declaró en diversas ocasiones, a legalizar la ilegalidad fascista y con esta su violencia y su intolerancia hacia los adversarios políticos. Para Farinacci el Partido, mucho más que las corporaciones y la Milizia, era el órgano que mejor representaba la experiencia revolucionaria y preservaba la ideología fascista. Según la visión de Farinacci, el secretario político del Partido debía asumir un papel político de primer orden, una gestión del poder de tipo consular, y por lo tanto paritaria, al lado del jefe del Gobierno, en cuanto representante de una milicia ideal de combatientes para la salvación y el honor nacional. Eso presuponía una dualidad personal e institucional del poder que Mussolini no podía aceptar. Además, la presencia de Farinacci en la cúpula del Partido alentó la vuelta de la violencia escuadrista en el país durante la primavera y el verano de 1925, violencia que, además de dar el golpe de gracia a las organizaciones no alineadas con el fascismo, puso en evidencia en las provincias la autoridad del Gobierno, representado por los prefectos, lo que provocó un duro enfrentamiento entre el secretario del Partido y el ministro del Interior, el boloñés Luigi Federzoni. Ferderzoni, que ocupó el cargo desde junio de 1924 hasta noviembre de 1926, era un exponente de relieve de la corriente nacionalista que confluyó en 1923 en el PNF y a través de la cual el Partido estaba destinado a efectuar la importante coalición de las fuerzas de la derecha interesadas en una transformación del Estado en sentido autoritario y antiliberal. Estos contrastes provocaron el alejamiento de Farinacci de la secretaría y su sustitución, en marzo de 1926, por otro jefe del fascismo local, el bresciano Augusto Turati, lo que determinó su eclipse político. De hecho, después de 1926, Farinacci mantuvo un papel secundario en la clase dirigente fascista; siguió controlando su feudo cremonés e interpretando el papel de representante del sector intransigente, puro y duro, del fascismo del primer tiempo. Solo después de diez años, a partir de 1936, Mussolini lo llamó para desempeñar algunas funciones de representación; en España con Francisco Franco y en la Alemania nazi en estrecho contacto con Goebbels y Himmler. Farinacci encarnaba mejor que otros escuadristas el nuevo clima que se había creado en Italia y en Europa representando la conversión de la intransigencia fascista en alianza con el nazismo, la aspiración de llevar a cabo juntos una expansión ideológica y territorial y, no menos importante, el antisemitismo, que había manifestado entre los primeros con su virulencia característica.

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