Читать книгу El fascismo de los italianos. Una historia social онлайн
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Las transformaciones también afectaban a las funciones del secretario nacional del PNF, que se convirtió en el garante de la dependencia del Partido respecto al Estado fascista y, al mismo tiempo, en el dirigente político más prestigioso, subordinado solo al Duce. Con el decreto del 11 de enero de 1937, el secretario recibió, además, el cargo de ministro secretario de Estado. La fusión entre Estado y fascismo, empezada diez años antes con el decreto del 12 de diciembre de 1926 que escogía el fascio littorio (los fasces o haz de lictores) como emblema del Estado italiano, casi había concluido. El Estatuto del PNF de 1932 definía oficialmente el Estado con el adjetivo «fascista». Contemporáneamente el PNF, bajo la nueva dirección de Starace, se lanzaba a un nuevo y amplio programa para fascistizar a toda la sociedad civil y absorber instituciones y actividades del campo educativo, cooperativo, sindical y poslaboral que hasta ese momento habían sido tuteladas por los ministerios, entre los que se encontraban el de Educación y el de Corporaciones. Con motivo de los diez años de la Revolución fascista la política de reclutamiento fue modificada de nuevo y se volvieron a abrir las inscripciones a quienes se encontraban en el momento de incorporarse al mundo laboral y a quienes pertenecían a las asociaciones que habían sido absorbidas por el Partido. De esta manera, el Partido fue definiéndose como una estructura piramidal y jerárquica, tan amplia como la misma sociedad, regida desde el centro y ramificada en la periferia a través de poderes de control y responsabilidad y de referencia al más inmediato superior: desde el responsable de un grupo de viviendas, pasando por los de barrio, distrito, núcleo urbano, hasta llegar a los secretarios de las federaciones provinciales y al secretario nacional del Partido. Las iniciativas y las prescripciones del Partido llegaban a las provincias a través de un Foglio d’Ordini: un boletín que no pretendía explicar las decisiones tomadas en la cúpula ni suscitar debates o iniciativas autónomas en el organismo político, sino, como indicaba el nombre, impartir órdenes a las cuales las federaciones estaban obligadas a atenerse.