Читать книгу Imparable hasta la médula. El cáncer como aprendizaje de vida онлайн

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—Que sea un nuevo año lleno de paz, de prosperidad, de trabajo para todos y, sobre todo, de salud. ¡Que no falte!

No imaginaba entonces que sería precisamente mi salud la que diera la campanada del 2013, y que las grandes expectativas depositadas en el año que entraba se harían añicos antes de que terminase. Si tuviera que elegir un punto de inflexión antes de que un tsunami llamado leucemia arrasara con mi vida, lo colocaría en los meses en los que las hojas se desprenden de las ramas para cubrir el suelo de mosaicos de colores.

En otoño, el director general de CMM me propuso presentar un nuevo magacín matinal de un par de horas. La noticia me pilló desprevenida, pero, sin duda, era un nuevo reto profesional que fui incapaz de rechazar, aun sabiendo que podría alterar los planes del viaje a Martinica que estaba diseñando para diciembre con mi pareja.

Aitor empezó a formar parte de mi vida a primeros de año. Me atrajo enseguida su espontaneidad y su marcado acento francés, un idioma por el que sentía predilección y que estudiaba en mis ratos libres. Era un ingeniero con alma de artista, pues tenía un don especial para componer y tocar el piano. Enfrente del teclado, en su buhardilla, me reveló que incluso de pequeño prefería improvisar a seguir una partitura. Escuchaba sus melodías todavía envuelta en las sábanas y en su olor mientras me desperezaba deseando que esos minutos fueran eternos. Contemplaba la agilidad con las que sus manos se movían sobre las teclas, una especie de danza tan sutil como la que se producía cuando las acercaba a mi cuerpo, erizándome la piel. Un compás tras otro mostrando su ternura y su dulzura, de improviso una nota discordante y divertida, otra rebelde y pícara. Pero en aquella sinfonía también había acordes que mostraban incompatibilidades, que llegaron en forma de discusiones. La mayoría de las veces eran provocadas por nimiedades, pero les dábamos el valor suficiente como para hacer tambalear nuestra relación. De modo que, para relajar tensiones, decidimos regalarnos un viaje a Martinica, una isla del Caribe con toque francés, llena de contrastes y un clima tropical que nos alejaría del frío de las primeras semanas de diciembre.

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