Читать книгу Imparable hasta la médula. El cáncer como aprendizaje de vida онлайн

18 страница из 56

Me reuní con mis amigas en un restaurante cercano a Atocha. Las observé en silencio, orgullosa de haber conseguido cimentar las bases de una nueva familia tan lejos de mis raíces. Había vivido junto a ellas momentos únicos, incluso mágicos, precisamente porque cada una aportaba su color particular a ese arcoíris que habíamos creado. A Maite la consideraba mi hermana mayor. Una salmantina con nombre vasco capaz de poner cordura a mis locuras y cautela a mis impulsos. De tierras malagueñas traía Ana su dulzura y sensatez. Perfeccionista y detallista, su casa era el centro neurálgico de nuestros encuentros. Marta era mi compañera de batallas en el trabajo, mi apoyo y desahogo tanto dentro como fuera de la televisión. Juntas compartimos mesa, planes y risas aquel domingo. No sabía entonces que los propósitos de los que hablamos en la velada se quedarían suspendidos en el aire y que sería la última vez que las abrazara y besara durante mucho tiempo.

Cuando salimos del restaurante hacia las seis de la tarde, Maite se ofreció a acompañarme al servicio de urgencias de la Fundación Jiménez Díaz. A nadie le agrada ir al hospital, pero yo tenía auténtica fobia a todo lo que tuviera que ver con agujas, médicos y centros de salud. Sin embargo, no podía obviar durante más tiempo la lucecita de alerta que parpadeaba en mi interior desde hacía semanas.

Правообладателям