Читать книгу Imparable hasta la médula. El cáncer como aprendizaje de vida онлайн

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La nueva propuesta laboral me alejó definitivamente de las exuberantes playas de las Antillas francesas. No podía plantearme unas vacaciones apenas dos meses después de empezar a presentar un magacín de entrevistas y actualidad. Pero no quise que Aitor renunciara al viaje por mí.

—Ve tú —le propuse—. Tus amigos estarán encantados de verte y seguro que te enseñan sitios increíbles.

—¡Pero cómo voy a ir solo! —me respondió un poco aturdido.

Sin embargo, aquella posibilidad comenzaba a tentarle cada día más, y los amigos que vivían en la isla terminaron de darle el último empujón. Se fue seducido por la idea de reencontrase con ellos, mientras yo me quedaba trabajando lejos de las playas tropicales que tantas veces había visualizado. Aunque estaba convencida de que poner tierra de por medio nos ayudaría a aclarar los sentimientos en los que se sustentaba nuestra relación.

Una semana antes de que nos despidiéramos, comencé a encontrarme más cansada de lo habitual. Al principio, resté importancia a esa sensación de fatiga, que achaqué a mi ritmo de vida y al estrés que me ocasionaba mi dosis de exigencia diaria en el trabajo. Pero lejos de desaparecer, el cansancio se hizo un hueco en mi cotidianidad. Era, además, cada vez más recurrente y, a medida que avanzaban los días, más demandante. Hasta el punto de que tuve que empezar a reservar mi vitalidad exclusivamente para el programa en directo. A la debilidad que a toda costa intentaba disimular se fueron sumando otros síntomas, como molestias en las articulaciones y dolores musculares. De modo que tuve que quitarme la venda de los ojos para no seguir disfrazando de normalidad las pistas que el cuerpo me desvelaba.

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