Читать книгу Imparable hasta la médula. El cáncer como aprendizaje de vida онлайн

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Incapaz de asimilar una sentencia que ponía en evidencia la fragilidad de mi propia vida, mi mente se colapsó. Entré en shock y me dejé embriagar por el inconfundible olor de mi abuela materna. Su presencia inundó de calidez las lúgubres paredes de la estancia y pintó de sonrisas mis penas. Permanecí inmóvil para evitar que su imagen se alejara mientras conectaba de nuevo con su esencia e inmortalizaba la ternura con la que volvía a acogerme en su seno.

Hacía un año que su corazón se desgastó de tanto amar. Se fue en silencio, aceptando su destino con la misma entereza con la que vivió. «Me estoy apagando», dijo antes de que se le agotaran las palabras. Lúcida hasta el final de sus días, con ella desaparecía la testigo de toda una generación representativa de nuestro pequeño universo vasco. El último aliento del linaje vinculado a nuestro caserío.

Sus manos, curtidas por el frío y el sol de tanto arar la tierra, eran la máxima expresión de la bondad, y estaba siempre dispuesta a dar lo mejor de sí misma. Creaba vida de cada semilla, una y otra vez, tratando de allanar los obstáculos que se interponían entre lo que cultivaba con entrega y pasión. La naturaleza era su laboratorio particular. La contemplaba, intentaba entender sus entresijos y recibía con humildad la cosecha para repartirla entre los suyos. No necesitaba nada más para ser feliz.

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