Читать книгу Imparable hasta la médula. El cáncer como aprendizaje de vida онлайн

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—¿Por qué estás en el pasillo? ¿Qué ha pasado? ¿Qué te han hecho?

Hablaba su preocupación, y yo no fui capaz de calmarla porque estaba completamente extraviada en aquel universo de batas blancas y enfermedades malditas. Balbuceé algunas palabras carentes de sentido y vi a mi madre alejarse en busca de respuestas más congruentes. Entonces, cerré los ojos y perdí la noción del tiempo sumida de nuevo en un cúmulo de interrogantes que me asfixiaban. Deseaba encarecidamente que aquellas últimas horas fueran producto de mi imaginación y aquel nuevo decorado que no me inspiraba confianza alguna, una simple ilusión. Sin embargo, volví a escuchar la voz de mi madre a mi lado, al rato la de Maite, y un empujón anunció que me trasladaban a la unidad de aislamiento.

El ascensor se paró en la sexta planta, una planta que olía distinta al resto, quizás porque allí se utilizan armas de destrucción masiva para combatir al enemigo y en la guerra todo se pudre, aun cuando se consigue evitar la muerte. El uso inconsciente del lenguaje bélico no era fruto de la casualidad. El cáncer llevaba mucho tiempo adherido a términos militares. En La enfermedad y las metáforas, publicado en 1978, Susan Sontag ya criticaba la estigmatización tanto de la enfermedad como del paciente al utilizar «metáforas maestras que provienen del vocabulario de la guerra. Las células cancerosas invaden… colonizan el cuerpo… se reagrupan para lanzar un nuevo ataque contra el organismo». En ese alegato a la dignidad del ser humano que Sontag creó una vez superado un avanzado cáncer de mama, la escritora advertía del efecto contraproducente que implica la retórica castrense. Sin embargo, esa terminología seguía tan arraigada en la sociedad del siglo xxi que resultaba difícil huir de las metáforas bélicas.

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