Читать книгу Imparable hasta la médula. El cáncer como aprendizaje de vida онлайн

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—Voy a quedarme en Madrid el tiempo que sea necesario. Y el aita y tu hermana ya están de camino.

Mi madre era el vivo ejemplo del sacrificio. Una cuidadora nata. Había pasado media vida pendiente de mi abuela y a partir de ese momento sería yo la que ocupara ese lugar. Me sentí culpable de coartar su libertad y de causarle un sufrimiento que no se merecía. Recién prejubilada, le correspondía disfrutar de la vida sin mayores responsabilidades, saborear un merecido descanso y viajar abrazada a mi padre. En cambio, yo la iba a mantener encadenada a un hospital, lejos de su hogar y del pueblo que tanto adoraba. Ojalá hubiera podido abrazarla para ahuyentar mis inquietudes, aliviar sus temores y agradecerle su dedicación. Pero tuve que reprimir las ganas. En mi burbuja no tenían cabida ni los abrazos, ni las caricias, ni los besos. Una pequeña tortura para evitar que mi familia y allegados pudieran transmitirme cualquier virus o bacteria capaz de debilitarme. Sin embargo, a pesar de la distancia física impuesta, me notaba más conectada a todos ellos que nunca. ¡Qué ironía! Tantas muestras de cariño a lo largo de mi vida sin prestarles la debida atención, sin ser consciente de que constituyen, en realidad, un bien de primera necesidad, y tuvo que venir un cáncer a desvelármelo y, años más tarde, el covid-19 a recordármelo. ¡Cuán preciados esos gestos cuando te los arrebatan y cuán desapercibidos pasan día a día!

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