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Tartamudeo algo, trato de llamar la atención de Manuel.

La entrenadora no las detiene, de hecho, sube la música para que no se escuche lo que digo.

Las pelotas rebotan en mi cuerpo, me escudo con los brazos y cuando estoy lista para enfrentarlas, una nueva acometida de pelotazos me retiene en el centro de la ronda. Me comporto como si no tuviera importancia y les sostengo la mirada hasta que los pelotazos me hacen caer. Trato de incorporarme pero los golpes me mantienen doblada. Las chicas van cerrando el perímetro y cada vez me dan más fuerte. Veo las emes enormes venir hacia mí y siento que con cada golpe se quedan marcadas en mi cuerpo, como si estuvieran hechas de hierro candente.

Marcada, como las reses.

Propiedad de.

Miembro de un ganado.

Dejo de luchar contra los pelotazos, contra mí misma y me río. Me carcajeo y me retuerzo en el piso. Me río y es como si alimentara la ira adolescente que tira las pelotas con más ganas.

Cierro los ojos y cuando los vuelvo a abrir, Manuel, Mariana, el instructor de pilates y la mujer hermosa observan la escena con una mezcla de pasmo y curiosidad. Es probable que también con algo de miedo.

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