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El catedrático de Hebreo era un buen señor, don Mariano Viscasillas, que estaba entusiasmado con su asignatura, que, a nosotros, por el contrario, nos parecía exótica y de la que en todo el curso pudimos lograr a aprender su lectura y las conjugaciones, siendo, para mí, más fácil la traducción que a los demás compañeros por mi conocimiento de los textos bíblicos adquirido, por su diaria lectura, en el colegio y en casa del director, sabiendo muchos trozos de memoria. Lo que sí evité que supiera aquel profesor fue mi procedencia escolar, porque, dado su fanatismo, el resultado del curso, de saberlo, hubiera sido, para mí, un rotundo fracaso.
Como he dicho antes, la cátedra de Literatura Griega y Latina, por las condiciones de su titular, el Dr. Camús, constituía para sus discípulos una hora de solaz y de esparcimiento del que, el eximio maestro, también participaba. Tanto sus inocentes manías, propias de su edad, como las que pudimos observar, al ver, por ejemplo, que los únicos que lograban la nota de sobresaliente daba la casualidad que gastaban barba y que, para los barbilampiños, sabíamos que ese campo nos era vedado.