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Fue ello incentivo para que acudieran a mi conferencia todos dando la sensación de verdadera solemnidad, con gran satisfacción del maestro que, naturalmente, desconocía el verdadero motivo de tan insospechada concurrencia, empezando yo a dar la lección, con toda clase de detalles que motivaban continuos movimientos de afirmación de Montalvo, y al referirme a las costumbres de aquel pueblo, llegó el esperado momento culminante de la apuesta, en el que, con la mayor seriedad, afirmé que unas monedas encontradas de aquella época representaban la figura de un hombre en actitud de torear, lo que indujo a algunos escritores a deducir y defender la teoría de que los íberos fueran, ya, aficionados al arte de torear. El movimiento de continua aprobación del profesor, que «tragó la píldora», me hizo ganar la apuesta, que era de cinco pesetas, y al salir de la clase, en medio de las risas y felicitaciones de todos los compañeros, reclamé a Tulié el importe de la apuesta… pero no pude cobrarla; sin embargo, y esto era lo más interesante, el profesor me plantó en la lista un sobresaliente como una casa.


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