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Nuestra cátedra de Historia Crítica de España, que regentó, durante muchos años, el gran tribuno don Emilio Castelar, tuvo al principio de curso algún movimiento de expectación, por haberse presentado el primer día su titular, don Manuel Pedrayo, al que nadie conocíamos después de tantos años, que por enfermedad no la desempeñaba.41

Realmente, para todos nosotros la presencia del señor Pedrayo era una verdadera incógnita, puesto que no teníamos de él otro antecedente que el de haber ganado, tras brillantísimas oposiciones, la cátedra vacante por renuncia de su ilustre propietario, Castelar.

Sí notamos en él algo raro, pero, al mismo tiempo, en las contadas lecciones que nos explicó, pudimos darnos cuenta de su alta valía y su gran elocuencia, que justificaban su brillante triunfo en sus oposiciones, que le hizo merecedor de ocupar dignamente el sitio de su antecesor.

Hombre atildado, tanto en su persona como en su atuendo, llegaba a la facultad unos diez minutos antes de la hora de clase, que empleaba en pasear solo, dando vueltas por el claustro, pero sin entrar en la sala de profesores, como lo hacían sus demás compañeros, habiéndonos dicho nuestro bedel, el simpático e inolvidable Jorge, que desde que llegó procedente de Galicia y se presentó al decano esquivó el contacto con sus compañeros.


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