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Pero un incidente providencial dio motivo a que iniciara mi difícil lucha, desde que se rompieron las hostilidades, aunque con diferentes armas, como fue aprovechar unos días de ausencia de él durante la que fue sustituido por otro auxiliar, don Luis Montalvo,43 verdadera calamidad en todos los sentidos, que le obligaba a resignarse a que solo asistieran a sus clases dos o tres alumnos, que nos turnábamos, para que la clase no se interrumpiera, pero sin darle la menor importancia.

Aproveché, como digo, aquella oportunidad para presentarme en el aula y pedir a Montalvo que me preguntase en clase, llenándole de satisfacción y encargándome para el siguiente día una conferencia sobre los íberos. Todos los compañeros aprobaron mi estratagema, muy legítima, en la lucha entablada, y hasta alguno de ellos, precisamente el autor de la broma a Joaquinillo que provocó mi conflicto, un muchacho navarro de jovial carácter y de gran desenfado y gracia, Juan Tulié, muy aficionado a los toros, que se apostó, conmigo a que no era capaz de afirmar en clase que los íberos eran ya aficionados al toreo, apuesta que acepté en medio de la hilaridad de todos.


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