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Ello, no obstante, no me desanimó, porque lo ya ganado por mí dejó huella en mi favor, logrando que me preguntase varias veces durante el resto del curso, no logrando cogerme descuidado, lo que debilitaba sus armas y reforzaba las mías, hasta que llegamos a mi examen, que fue espectacular, logrando yo hacer un ejercicio de sobresaliente que, al expedir las notas, se convirtió en un injusto «bueno», como me ocurrió con Ayuso, que, sin embargo, consideré como una verdadera victoria sobre una injusticia sostenida por una mala pasión.
A los dos días me crucé con él en el descansillo de la gran escalera de la universidad, quitándome el sombrero como saludo respetuoso, cuando oí su llamada que me hizo detener.
–¿Qué tal de satisfecho quedó usted de su examen?
–Eso lo dejo al aprecio de usted, que lo juzgó –le respondí con la mayor seriedad.
–Pues entiendo que debió usted salir muy satisfecho, porque en lugar de un suspenso que, decididamente, le tenía reservado, aún le di nota.
–Y yo, muy agradecido, don Rodrigo, aunque insisto en negar la ofensiva afirmación de usted de una burla y una falta de respeto que, en mí, es imposible.