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Aquella noche, casi no pude dormir y al siguiente día hice el mismo experimento, que leí en el periódico, que la noche anterior había hecho Cumberland en el Palacio Real, que causó el mayor asombro en toda la concurrencia, que consistía en escribir sobre un encerado un número pensado de tres o cuatro cifras, caso que logró mi incógnito competidor, aunque demostrando alguna agitación. Yo no solamente escribí cantidades, sin contar el número de cifras, sino que escribía palabras y frases, tanto en español, como en francés y alemán.
Federico contó el suceso ante mis compañeros de la facultad, con los que me presté a hacer algunos experimentos, sin cansarme, y sin demostrar agitación alguna, pero suplicando a todos que el hecho no transcendiese al conocimiento de los catedráticos, porque, como el de Hebreo, don Mariano Viscasillas, pudieran creer que estaba en combinación con el diablo y me pusieran la aprobación de la asignatura en el alero del tejado. He de manifestar que todos, que yo sepa, cumplieron el compromiso. Sin embargo, como no se puede poner puertas al campo, el hecho trascendió a las demás facultades instaladas en la universidad, pero tuve la suerte de que, aun sabiéndose que había un estudiante que hacía más que Cumberland, como no me conocían personalmente, aunque yo era popular ya, me veía libre de ellos, gracias al secreto que guardaban mis compañeros para evitarme complicaciones.