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Esta actitud mía, tan decidida como invencible, llego a oídos del director del Colegio, y fue planteada en la junta de profesores del día siguiente en su casa, en la que supe mucho después que la mayoría de los concurrentes consideraba excesivo, y hasta cruel, el castigo al que estaba sometido y que, de seguir, podría acarrear responsabilidades y hasta escándalo en la prensa, con graves consecuencias para el Colegio, acordándose que el director, Sr. Fliedner, me llamase aquella misma tarde a su casa para lograr de mí por las buenas convencerme para deponer mi actitud; y, a las seis de la tarde, hora en que salía de mi diario encierro, me ordenó don José Ríos que me presentase en casa del director acompañado de mis libros de Latín, cosa que obedecí sobre la marcha, sin preocuparme el verme en libertad y en la calle, presentándome en su despacho, quien con todo cariño me preguntó por qué no había querido dar la lección durante todos los días de la semana que estuve encerrado, por orden del profesor.


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