Читать книгу El auge de la brutalidad organizada. Una sociología histórica de la violencia онлайн

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Por lo tanto, como los seres humanos son ante todo criaturas emocionales, todas las organizaciones sociales requieren de un vínculo social fuerte que aporte la cohesión necesaria para mantenerlos unidos. Gran parte de este vínculo se genera a través de la ideologización centrífuga que proporciona los ingredientes ideales para la cohesión doctrinal de la organización. Sin embargo, esta nunca supone un proceso sencillo y libre de controversias, sino que está plagado de tensiones, ya que los principios burocráticos e ideológicos entran en conflicto. Para resolver o sortear estas tensiones inherentes, las organizaciones sociales más eficientes han logrado vincular los procesos ideológicos y organizativos con la microsolidaridad.

SOLIDARIDAD Y VIOLENCIA

Hasta ahora, nos hemos centrado fundamentalmente en procesos de nivel macro. Tanto la burocratización acumulativa de la coerción como la ideologización centrífuga implican la presencia de estructuras a gran escala: Estados nación, imperios, corporaciones privadas, redes de la sociedad civil, movimientos sociales, organizaciones políticas clandestinas, etc. El potencial ideológico de esas organizaciones es normalmente vasto, y el contenido de sus mensajes doctrinales llega, por lo general, a un gran público. En este sentido, la ideologización funciona como un amplio vínculo que mantiene unidas a grandes instituciones y a muchas personas. Todo esto podría sugerir que la agencia no importa y que los seres humanos no son más que peones de unas fuerzas estructurales gigantes que están fuera de su control. Además, centrarse en las organizaciones y en las ideologías también podría implicar que la recepción de los discursos ideológicos es simple y automática y que los seres humanos están predispuestos por naturaleza a vivir en enormes estructuras organizativas. Desde luego, esto no es así. Las voluntades individuales son muy importantes, y las organizaciones y las ideologías sociales solo pueden actuar con éxito cuando se abordan las necesidades y los deseos cognitivos, emocionales y conativos de las personas. Precisamente porque el comportamiento de los agentes individuales y colectivos importa en tantos niveles, la historia de la violencia organizada está llena de episodios impredecibles, de desenlaces totalmente contingentes y de consecuencias no deseadas de la acción social. Si no fuera así, sería difícil explicar por qué organizaciones sociales complejas muy similares, infundidas con principios ideológicos casi idénticos, experimentan trayectorias completamente diferentes. Por ejemplo, no está del todo claro por qué durante la Gran recesión de 2008 se permitió que algunos bancos de inversión quebraran, mientras que otros fueron rescatados por los Gobiernos. Si se compara el ascenso y la caída de Lehman Brothers con los de Goldman Sachs, es evidente que se tomó una decisión política relativamente arbitraria para salvar al segundo y no al primero. Asimismo, la voluntad individual de los gobernantes ha sido con frecuencia un factor determinante en la historia de la guerra. En este contexto, el colapso de un sistema político concreto solía basarse en las decisiones individuales contingentes tomadas con respecto a qué sistema político vecino se debía atacar y cuáles se librarían. Por ejemplo, durante los periodos de Primavera y Otoño y de los Reinos Combatientes en la antigua China (656-221 a. C.), más de treinta pequeños reinos se involucraron en una guerra intensa y periódica en la que las lealtades estaban sumidas en el caos total y las alianzas cambiaban constantemente en función, sobre todo, de las decisiones relativamente arbitrarias tomadas por los gobernantes (Tin-bor Hui, 2005).

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