Читать книгу El auge de la brutalidad organizada. Una sociología histórica de la violencia онлайн

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En el ambiente posterior a la Ilustración, estas formas de justificación protoideológica perdieron gran parte de su impacto. Uno de los principales legados de las revoluciones francesa y estadounidense fue la idea de la igualdad moral de los seres humanos. Si bien este principio tardó mucho tiempo en cristalizarse, una vez que adquirió el reconocimiento popular y se afianzó en los sistemas legales de los Estados nacionales modernos, tuvo profundas implicaciones en la legitimación de la violencia. Cuando se reconoce que todos los seres humanos tienen el mismo valor moral y cuando se conceptualiza la violencia como un remanente bárbaro del pasado, como es el caso de las doctrinas ilustradas, entonces no se puede desplegar una acción violenta utilizando criterios normativos premodernos. En cambio, en la modernidad, la violencia se utiliza y se justifica por lo general en relación con la implementación de un mundo mejor o más justo. Dado que no existe un conjunto universalmente aceptado de parámetros de lo que constituye una realidad social ideal, ni de cómo alcanzar ese mundo ideal, la modernidad estimula la proliferación de diversas doctrinas ideológicas. A pesar de que se ofrecen perspectivas muy diferentes, e incluso mutuamente excluyentes, de un futuro mejor, estos programas ideológicos tienden a mostrar una gran similitud en términos de fervor doctrinal y organizativo. En pocas palabras, muchos discursos ideológicos modernos adoptan imágenes totalizadoras del cambio social. A diferencia de los sistemas de creencias tradicionales, algunos de los cuales eran nominalmente puristas aunque en la realidad cotidiana solían actuar de una manera más desordenada y, por lo tanto, flexible, muchos movimientos ideológicos modernos inspirados en la Ilustración y el Romanticismo toman su purismo mucho más en serio. Además, las ideologías modernas, incluidos los fundamentalismos religiosos modernizadores, a menudo se construyen alrededor de proyectos centrados en la ingeniería social a gran escala. Si sus defensores entienden que una doctrina ideológica concreta posee el conocimiento universal y el modelo para un orden social perfecto, entonces cualquier oposición a la realización de esa utopía será interpretada por sus seguidores como un producto del mal. Y no hay que transigir con el mal; solo puede ser aplastado. Por lo tanto, en lugar de utilizar la violencia para suprimir las demandas de unos campesinos inferiores por naturaleza o de unos no creyentes malvados, como sucedió con las cosmovisiones premodernas, las ideologías modernas cambian su enfoque hacia el castigo de aquellos que niegan la igualdad de derechos para todos. En otras palabras, mientras que en el universo premoderno la violencia se usa para reafirmar el orden social existente, profundamente jerárquico, en la modernidad la violencia se despliega con frecuencia para promover el cambio social. Sin embargo, las ambiciones totalizadoras de las ideologías modernas, respaldadas por un poder organizativo superior, el conocimiento científico y un tipo particular de universalismo moral, han demostrado ser extremadamente potentes para justificar y generar un apoyo popular a gran escala que despliegue un volumen de violencia sin precedentes. Como se argumenta en los capítulos IV y VII, esta combinación peculiar de poder organizativo e ideológico avanzado ha resultado decisiva para intensificar la violencia organizada y las relaciones sociales coercitivas en la modernidad.

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