Читать книгу El auge de la brutalidad organizada. Una sociología histórica de la violencia онлайн

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Como se ha señalado con anterioridad, los seres humanos no son intrínsecamente sociales, ya que nuestros predecesores fueron probablemente los menos sociales de todos los simios. Esta sociabilidad minimalista se ha expandido, en cierta medida, a lo largo del tiempo conforme los humanos empezaron a vivir en grupos móviles de cazadores-recolectores. Sin embargo, como los humanos primitivos vivían en grupos muy pequeños y flexibles cuyos miembros cambiarían constantemente, era fundamental identificar de quién fiarse y cómo crear redes de individuos seguras. Gran parte de las investigaciones recientes parecen indicar que este entorno natural tan amenazante ha resultado ser decisivo para el avance de las capacidades cognitivas y emocionales de los seres humanos (Damasio, 2003; Collins, 2004; Turner, 2007). Al llegar a estar emocional y cognitivamente en sintonía con otros miembros de su pequeño grupo, y en principio siempre cambiante, los primeros humanos fueron capaces no solo de sobrevivir, sino también de utilizar a largo plazo estas nuevas habilidades para dominar en última instancia el planeta. Las habilidades cognitivas, emocionales y conativas permitieron a los primeros humanos interpretar y recordar los significados de las emociones que se expresaban en las interacciones cara a cara, algo que finalmente estimuló el desarrollo de mejores sistemas de interacción y coordinación grupal (incluido el lenguaje). Además, como las emociones y la cognición son ingredientes fundamentales de la solidaridad de grupo, el desarrollo emocional y cognitivo continuo fomentó la aparición de unos grupos emocionalmente mucho más unidos que los que se encuentran entre otros animales y los primeros homínidos. En otras palabras, precisamente porque los humanos no están predispuestos por naturaleza a una vida sociable, han desarrollado unas habilidades cognitivas y emocionales únicas que han resultado ser muy funcionales para la preservación y, en última instancia, para la drástica expansión de nuestra especie. Además, esta funcionalidad evolutiva fomentó a largo plazo la interdependencia emocional, por lo que ahora los seres humanos crecen en grupos muy pequeños. En este contexto, la microsolidaridad es la base de toda sociabilidad humana. Aunque los seres humanos pueden cambiar sus preferencias individuales con respecto a quién les gusta o no a lo largo del tiempo, para una abrumadora mayoría la estabilidad emocional y la seguridad ontológica proceden de redes muy pequeñas de personas cercanas: familiares, amantes, amigos íntimos, vecinos de confianza, grupos de iguales, etc.

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