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Antonio Alvear, militar experimentado en numerosas contiendas y herido en su orgullo porque un fraile sin conocimientos navales pusiera en cuestión los barcos de su escuadra, no quiso prolongar el debate con el astuto religioso. Más bien pensó, que sería preferible que fuera el propio tiempo el que demostrara la valía de sus navíos. Primero, superando la prueba que imponía fray Pedro, y después otras de mayor envergadura que a buen seguro tendrían que afrontar, tanto a la ida como al regreso del aventurado viaje que se disponían a iniciar.

A continuación, fray Pedro envió a uno de sus hermanos jerónimos a El Escorial para que informara al prior que todo estaba resultando según lo previsto. Después, eligió a los cinco frailes que no embarcarían, permaneciendo uno de ellos en Santander y los otros cuatro distribuidos en otros tantos puertos de la costa cantábrica previamente seleccionados.

En cada puerto esperarían el regreso de los barcos con el tesoro y tendrían dispuestos para entonces, los carromatos con sus arrieros para el transporte hacia el interior.


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