Читать книгу El tesoro oculto de los Austrias онлайн
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– Está bien, hacedle pasar a la sala principal, y no os alejéis demasiado por si os tuviera que pedir ayuda.
El personaje misterioso, no era otro que el ministro Juan Idiáquez, quien al descubrirse, una vez que Isabel y él estuvieron a solas, pidió disculpas por la forma y la hora intempestiva a la que se había presentado.
A renglón seguido, y sin más demora, fue directamente al grano explicando que el monarca tras la derrota de la Gran Armada se había encerrado en sí mismo y era posible que hubiera caído en un cierto estado de enajenación mental.
– Recurro a vos señora por vuestra antigua cercanía al rey y por la confianza que antaño siempre os demostró, por lo que pienso que, con las ausencias desde hace años tanto de la reina Ana como de su hermana menor la infanta Juana, quizás sois la única persona que podríais hacerle reaccionar.
– ¿Acaso estáis insinuando que Su Majestad ha perdido la razón? – preguntó la dama sin ocultar cierta sorpresa.
– Sabéis de sobra cuanto respeto y admiro a nuestro soberano – respondió el ministro sin titubeos -, pero al igual que en su día, el éxito en la batalla de Lepanto infundió en él unas energías renovadas, el reciente fracaso naval de nuestra Gran Armada frente a los ingleses, lo recibió imbuido de un silencio absoluto, quedando desde entonces sumido en una melancolía impropia de su carácter.