Читать книгу Si te sientes identificada, huye онлайн
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—Bueno, ¿a dónde quieres ir? Tenemos una hora y media… —advertí.
—Pues… no me conozco la ciudad así que tú mandas —contestó todavía tímido.
—Vale. Conozco un sitio que te gustará. Vamos.
Le cogí la mano y me dirigí a la Avenida Gaudí, un paseo que había justo al lado de mi casa. Allí había bancos y podíamos estar tranquilos.
Esa hora y media me pasó volando. No hablamos mucho, pero estuvimos mirando cómo los perros se parecen a sus amos y fue muy divertido. Me contó que había venido con un amigo suyo que le había acompañado, que no tenía hora de vuelta a casa, que pasarían el día en la ciudad y luego volverían otra vez en tren.
Cuando nos despedimos eran las 11.30 h justas. Al entrar en casa mi madre me recibió con una sonrisa porque llegaba puntual.
—¿Cómo ha ido? —preguntó.
—Ay, mamá, pues ha ido muy bien —contesté embobada, aún recordando la que había sido mi primera cita, y fui directa a mi habitación.
Me gustaba estar sola, valoraba mucho tener mi propia habitación para poder estar tranquila. Era mi sitio en casa, mi rincón, mi pequeño refugio que podía decorar a mi manera, donde podía estar conmigo misma y reflexionar sin que nadie interfiriera. Aunque, tengo que decir que tan íntima no era, ya que mi armario era el más grande de la casa y allí guardaban el stock de detergente, la plancha, la caja de hilos y agujas para coser y las sábanas. Así que era mi guarida, pero a la vez servía de almacén, lo que significaba que la mayor parte del tiempo que pasaba en mi alcoba podía estar sola, pero en cualquier momento podía entrar alguien a buscar cualquier cosa del armario. Aun así, yo valoraba mucho tener mi propia habitación y no tener que compartirla con mi hermano, como le pasaba a una de mis mejores amigas, que tenía una hermana y no podía estar casi nunca sola, siempre que la llamaba por teléfono estaba ella a su lado. Así que apreciaba el hecho de poder ir a la habitación a encerrarme y, así, aislarme del mundo exterior que a veces me parecía injusto y cruel, y eso me hacía enfadar. Sí, siempre he sido muy justiciera. Me da toc el hecho de que un tema no quede cerrado de forma equitativa para ambas partes, me desequilibra y no soy capaz de tener paz mental sabiendo que hay una injusticia. Cuando eso pasa, manifiesto mi opinión y, como tengo carácter, la mayoría de veces me pierden las formas y lo digo mal, lo cual enfada a la otra persona y al final acabo discutiendo con media sociedad, encerrándome en mi habitación (y en mí misma) para desahogarme llorando.