Читать книгу Un mundo para Julius онлайн
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En la cocina, veintitrés amas llegadas a Lima de todas las regiones del Perú habían logrado espantar a Cirilo, el segundo mayordomo, pero no a Víctor, señor en sus dominios, que ahora hacía funcionar todos los aparatos eléctricos para impresionarlas. Secaba los vasos a presión, afilaba cuchillos apretando un botoncito que ponía en movimiento una ruedita como de piedra, y se comunicaba con la señora por teléfono interno, «voy con la Coca-Cola», le decía. Por lo menos diez amas se llenaron de disfuerzos cuando colocó dos tajadas de pan en la tostadora, esperó unos minutos, les dijo escuchen, y en ese instante sonó una campanita tin tin y saltaron las tostadas. Por lo menos cinco sintieron cosquilleos pecaminosos cuando se las ofreció a Vilma, ¿por qué no?, después de todo era la reina. Las demás seguían la escena, pero no la veían: bien chunchas todavía, habían fijado los ojos en el fondo de sus tazas de donde ya no los sacarían tal vez más. Pero Vilma no; Vilma aceptó el reto o lo que fuera eso de darle las primeras tostadas, tremenda ciriada, en realidad. «¿No tendría mantequilla?», preguntó, coquetona. Entonces sí que todas las cholas bajaron la mirada, era atrevida Vilma, pero era hermosa y en el fondo ellas la admiraban. Y Víctor, por un instante, casi pierde los papeles; pero no: se sobrepuso y corrió por la mantequillera. «Aquí tiene, la señorita», dijo, todo él, alcanzándosela. «Gracias», le replicó Vilma, y empezó a untar mantequilla en una tostada, sonriente, tranquila, toda ella, pero entró la señora: que ya los niños estaban pasando al comedor, que ya debían ir; Vilma, que Julius y Cinthia habían desaparecido.