Читать книгу Un mundo para Julius онлайн

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Fue toda la respuesta que obtuvo, pero ¡qué importaba!, ahí es­taban y no les había pasado nada. Vilma empezó a llenarlos de besos.

–¿No tendría unito para mí? –intervino Víctor, sobradí­simo.

Julius y Cinthia lo miraron desconcertados.

–Avísele, por favor, a la señora que ya los encontramos –Vil­ma se arregló el moño.

–¿Pero antes me dirá qué día le toca su salida? –preguntó él, sonriente, y se quedó bien parado y esperando.

–¡El jueves!, ¡el jueves! ¡Corra! ¡Avísele a la señora!...

Víctor salió disparado y Vilma suspiró. Empezó lenta, dulce, temblorosamente a llevarlos de la mano hacia el comedor, mientras ellos miraban con los ojos enormes esa sección del castillo que iban dejando atrás.

Rafaelito y Pipo tenían un amigo, un ídolo, y aunque habían ocul­tado su preocupación frente a los invitados, lo habían estado esperando desde que llegó el primero. Martín. ¿Por qué no llegará? ¿Vendrá? Por cierto que mamá hubiera preferido que no viniera. ¿Acaso no les decía siempre que no se juntaran con él? Pe­ro era su santo, era el santo de Rafaelito y nada pudo hacer para que no lo invitaran. «Lo han invitado», le dijo a su marido; y que era un desconocido, que vi­vía en uno de esos edificios que habían construido últi­mamente, que su mamá era impresen­table, que la había visto en la parroquia, que el chico era un dia­blito, que era mayor, que lo que pasaba es que era retaco, que ojalá no viniera, que le había enseñado a Rafaelito a decir pendejo, que le perdonara la palabra, etcétera.

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