Читать книгу Un mundo para Julius онлайн

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El mago Pollini, que había actuado en la televisión y todo, entró mariconsísimo y casi corriendo por la puerta lateral del gran hall. En­cantado de estar en el castillo, avanzó rápidamente hasta la señora Susana y le besó la mano como hacía tiempo no se la besaba a na­­die en Lima. «Sen-ñora, dijo, a sus órdenes», y todo empezó a oler a perfume en esa zona del hall. Después saludó a la tía Chela, otro be­sito en la mano, y les presentó a su partenaire, que era su es­posa también, largos años por escenarios de todo Sudamérica, con sil­bi­ditos y todo y que no, no lograba ser como la señora. El ma­go preguntó si podía proceder, le dijeron que sí, y entonces se dirigió a la mesa que habían dispuesto para él, frente a los niños. Las hermanas se sentaron nuevamente y el mago, echando una mi­radita al audi­tó­rium, varios millones reunidos, descubrió, al fondo, a Víctor. «¿Me podrían traer un vaso de agua?», dijo, como quien no quiere la cosa. Víctor se hizo el desentendido, ni que fuera quién, pero la señora volteó a mirarlo: «Víctor, tráigale un vaso de agua al mago... al señor», y el pobre no tuvo más remedio que humillarse en presencia de Vilma. El mago también ya le había echado el ojo, pero no era el momento, estaba en un castillo.

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