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A medida que los estudiantes van ganando competencias, las actividades diseñadas exigen de ellos cada vez una mayor capacidad de comprensión. Ya no se facilitan listas de preguntas, sino contextos abstractos en los que los estudiantes han de identificar problemas, conectar situaciones con disposiciones legislativas, e incluso recurrir a conocimientos de otras asignaturas ya cursadas para el desarrollo de la sesión.

En este contexto, la introducción de una sana dosis de humor en la docencia, basada sobre realidades jurisprudenciales o adoptando un enfoque jocoso, es un recurso que, como regla general, capta la atención de los alumnos. La idea no es original, sino que puede señalarse a Rudolf von Jhe-ring como el primero que optó formalmente por “decir la verdad riendo”.

La inspiración del planteamiento que aquí se defiende puede rastrearse incluso hasta Aristóteles, quien en el segundo libro de su Poética, dedicado a la comedia, intentó mostrar “cómo el ridículo de los hechos nace de la asimilación de lo mejor a lo peor, y viceversa, del sorprender a través del engaño, de lo imposible y de la violación de las leyes de la naturaleza, de lo inoportuno y de lo inconsecuente, de la desvalorización de los personajes, del uso de las pantomimas grotescas y vulgares, de lo inarmónico, de la selección de las cosas menos dignas”. El humor, en definitiva, procede de muchas fuentes y la jurisprudencia puede ser una de ellas. De la misma manera, reenfocando los textos, la participación puede ser más atractiva para los estudiantes.

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