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Mi estancia en Fuenmayor fue corta, deseaba regresar a casa, a mi casa. Mi madre encontró el momento oportuno para hablarme y de la mejor forma en que ella se pudo expresar, trató de convencerme para que regresara.
—Tengo familia, madre, y mi hogar está lejos de aquí.
—Lo sé, hijo mío, pero podrías estar cerca de mí. Los años pasan rápido…, desearía muchísimo conocer a tu esposa e hijo, y ahora tienes vivienda, piénsalo.
—No fue fácil alejarme de aquel lugar. No, no fue fácil, Capu… Oye, ¿se te ha pasado el frío? A ver que te toque… Sí, estás mejor, mucho mejor. ¡Vamos a dar un paseo corto ahora que ha dejado de nevar!
Ambos con sumo cuidado caminaron calle de la Flor Alta hacia arriba. Pasaban desapercibidos e iban en la penumbra; Galindo evitaba la luz. Desembocaron en calle Libreros y desde allí se dirigieron a Tudescos.
—¡Fíjate qué maravilla de escaparate!
Se refería al famoso horno de la confitería del mismo nombre, donde las ensaimadas, dulces y tartas, agujas y milhojas eran expuestas de una forma exquisita.