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—Vamos a regresar, Capu, porque se nos va a abrir el apetito y ya sabes, poco podemos hacer… Anda, vámonos antes de que arrecie más este aire que congela los huesos.

Día veinticinco de diciembre. Hermoso día, lucía el sol, aunque el frío era intenso.

«¡Feliz Navidad!» era la felicitación más oída aquella mañana en los alrededores de nuestra esquina y a nosotros también nos felicitaron en varias ocasiones. Tuvimos la suerte de recibir algún aguinaldo, que nos vino de maravillas, porque pudimos almorzar tan bien como en cualquier humilde hogar.

—Estaba pensando en dejarme la barba. ¿A ti qué te parece, Capu? Es que a veces me cuesta afeitarme, ¿sabes? A ti también te haría falta un recorte de pelo.

»Mira, ahora que estamos satisfechos de comida y luce el sol, vamos a dar un paseo. Visitemos nuestro próximo domicilio, ¿te parece? A ver si podemos encontrar un lugar agradable y sin mucha algarabía.

La plaza Mayor estaba casi desierta. Muchos restaurantes permanecían cerrados por ser Navidad, y eso nos favoreció, porque pudimos —sin ser observados con descaro— escoger un lugar discreto debajo de los soportales, cerca de calle Bordadores.

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