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—¿Cuál es el motivo por el que estás en la cárcel? Porque no me parece que tengas pinta de malhechor.

—Pues yo… Bueno, es una historia que…

—Sí, sí, todos tenemos historias que contar, pero algunas inventadas.

—La mía no es inventada, es real.

—¿Has asesinado a alguien?

—No… Bueno…

—Ya, no me lo cuentes. Nada cambiaría, ¿verdad?

—No, pero creo que si hablamos este tiempo que pasamos unidos se hace más llevadero. Y no tenemos que decirnos lo que no queremos recordar porque estamos aquí, podemos hablar de otras cosas. Por ejemplo, yo soy poeta, ¿y tú?

—¿Yo? Yo abro cajas.

—¿Cajas? ¿Qué tipo de cajas?

—Pues hay muchos tipos: cajas de hierro, de acero, de madera… Ya sabes, ¿no?

—Hombre, por abrir cajas no creo que tengas que cumplir una condena en la cárcel.

—¿Eres tonto o qué? Ya, eres poeta y vives en un mundo lleno de fantasía, ¿no? Son cajas fuertes, blindadas en bancos, viviendas, donde se guardan objetos de valor, ¿comprendes?

—Sí, y tú las abres y…

—Oye, ¿tú cómo te llamas?

—Jacobo, ¿y tú?

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