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—Yo me llamo Ángel de Día, pero me apodan el Búho.

—Supongo que puedo hacerte una pregunta y no te molestarás, ¿verdad?

—A ver, dime.

—Verás, para abrir esos tipos de cajas tendrás unas llaves especiales, ¿no?

—Muy especiales.

—Y digo yo: ¿no se te ha ocurrido abrir esta cerradura? La de nuestra celda, ¿sabes?

En aquel momento sonó un silbato, que significaba el final del recreo. El Búho prefirió no responder y solo dijo:

—Anda, vámonos que nos llaman.

Ambos caminaron juntos hacia el edificio y, después de un riguroso registro por parte del celador de guardia, entraron en la celda, cerrándose tras de ellos automáticamente.

—¡Capu, te has quedado dormido! Yo creo que también me voy a dormir, porque la noche está muy fría. ¡Ah!, antes voy a probarme los pantalones. Seguro que me quedarán bien.

A la mañana siguiente, Galindo se despertó muy temprano y Capulino seguía durmiendo. No quiso despertarlo, y con sigilo se alejó de su esquina sin hacer ruido. Se acercó al bar y regresó con algo de alimento.

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